Mamá primeriza a los 50

Ya no es novedad que una mujer a los 40 años tenga un hijo. Lo sorprendente es que se embaracen al borde de los 50, lo que es posible con la ayuda de las técnicas de fertilización asistida. La tendencia ya está tomando fuerza en Chile. Tanto, que los especialistas hablan de un baby boom a los 50.

Talía Flores tiene 50 años, una única hija de 2 y un marido de 79; el padre de la pequeña Tamara Julieta. Mientras algunas de sus amigas ya tienen hijos en la universidad y otras incluso ya piensan en los nietos, Talía recién está dando los primeros pasos del largo camino que recorre una mujer cuando es madre: sacarle los pañales, corregir la pronunciación de sus primeras palabras, llevarla a jugar a la plaza, contarle cuentos antes de dormir, correr a tranquilizarla cuando tiene pesadillas, despertar al alba porque pide su leche, vestirla, bañarla y, si le queda algo de tiempo libre, ir pensando en qué colegio la matriculará en dos años más cuando recién entre a prekínder. Todo eso recién le sucede a Talía, mamá primeriza a los 50 años.

“Me embaracé a los 48 y la tuve a los 49. Me subí al último carro del último tren. Y, aunque es cierto que soy mamá vieja, soy feliz porque la vida me regaló esta belleza”, dice riendo, mientras su hija, vestida de pies a cabeza de rosado, se esconde entre sus brazos.

Talía no representa los 50 años que tiene. Se ve más joven. Matrona de profesión, congeló óvulos a los 38 años porque estaba sola y, aunque no quería tener hijos en ese momento, pensaba que más adelante podría desearlos. Pero ese deseo no se despertó a los 40, ni a los 42 ni a los 45, momentos en que estaba full de pega. Recién a los 48 años, cuando la despidieron, tuvo la certeza . “Empecé a hacerme todas esas preguntas de quién soy, para a dónde voy, qué espero de la vida”, recuerda. “Y la respuesta, en lo más profundo, fue que quería un hijo”. Pero su pareja, el doctor Horacio Croxatto –considerado una eminencia en temas de anticoncepción–, era un hombre que por entonces ya tenía 77 años, seis hijos y siete nietos.

“En algún momento yo le había dicho que a mí me alcanzaba el amor para entender que él no quisiera tener más hijos. Pero cuando tuve el convencimiento de que quería ser madre, decidí que si él no quería iba a recurrir a un banco de espermios. Ahí fue cuando nos sentamos a conversar y pusimos todas las cartas sobre la mesa. Él tenía la percepción, que es cierta, de que efectivamente el embarazo después de los 45 años tiene más riesgos para la salud de la mujer. Pero me dijo “Si tú estás decidida, lo vas a hacer y somos pareja, ese hijo no podría ser de otra persona que no sea yo. Tu hijo tiene que ser mío”.

Talía se ríe.

“Bueno, y cuando me dijo ‘vamos’, yo respondí: ‘¡ya po’, vamos corriendo!’”.

 

INCERTIDUMBRE EN EL CAMINO

Un mes después Talía y Horacio estaban sentados en la consulta del ginecólogo Ricardo Pommer, jefe de la Unidad de Medicina Reproductiva de la Clínica Monteblanco.

Al escuchar el pedido de Talía, el doctor lo encontró de lo más normal: historias de mujeres que llegan a su consulta pidiendo ser madres por primera vez sobre los 45 años, asegura, se han vuelto “pan de cada día”. “La tendencia comenzó hace diez años, pero hoy es un boom”, explica Pommer. “Ya no es raro que lleguen mujeres a punto de cumplir 50 años a pedir ayuda para embarazarse”.

Tal como suele hacerlo con todas las pacientes en este rango etario, Pommer partió explicándole a Talía el escenario que enfrentaba: que a su edad la opción de embarazo natural o espontáneo había disminuido en un 90%. Luego, que, en caso de querer intentarlo igualmente por esa vía, enfrentaba otro flanco: a su edad a las mujeres prácticamente ya no ovulan y, de hacerlo, esos ovocitos suelen ser de mala calidad, disparando a 85% la probabilidad de que estos generen embriones alterados genéticamente. Y que, en caso de ser fecundados, la probabilidad de aborto natural en mujeres sobre los 45 años es de un 93% (mientras en una mujer de 20 años es de 9% y en una de 40, 51%). También le mostró cómo subía la curva de las trisomías 13, 18 y 21, asociadas a la edad. De embarazarse espontáneamente la posibilidad de síndrome de Down era muy alta: a diferencia de a los 20 años, donde la probabilidad es de 1 en 1.500; a los 40 años es 1 en 128 y a los 42 años 1 en 55.

En Chile no existe una ley que fije un límite de edad para que las mujeres se realicen tratamientos de fertilización asistida. Pero desde hace un par de años los centros que los realizan se impusieron uno: los 50 años de las pacientes.

Pero Talía ya había decidido no darse ninguna vuelta larga. Con Horacio tenían claro que para embarazarse de manera segura debían recurrir a un tratamiento de fertilización asistida de alta complejidad: una fecundación in vitro donde se unieran los óvulos preservados de ella con los espermios de él para que luego, de los embriones resultantes, uno fuera implantado en el útero de Talía. De no resultar, podrían optar por la ovodonación.

Pese a la determinación inicial que había mostrado, tras salir de esa primera consulta con el doctor, Talía dudó en seguir adelante. “Tenía susto a que el tratamiento no resultara, pero también empezó a asustarme que funcionara. Me dio miedo hacer algo tan diferente, porque es distinto planificar con conciencia un embarazo y más a esta edad. También tenía miedo a que por mi edad me pasara algo en el parto. Me llené de incertidumbre”, dice.

Estuvo 4 meses dándole vueltas al asunto. El impulso final se lo dio un llamado del doctor. “Me dijo: ‘¿Qué estás esperando? Echémosle para adelante’”, recuerda Talía.

Finalmente, en noviembre de 2012 se sometió al tratamiento: de los embriones que resultaron de la fecundación in vitro, uno fue transferido a su útero en un procedimiento que tardó 10 minutos. Los demás quedaron criopreservados a -190 °C en el banco de embriones de la clínica para que, en caso de que más adelante quisiera tener otro hijo, pudiera utilizarlos (o, en caso contrario, cederlos en adopción). Dos semanas después, supo que estaba embarazada.

El 4 de julio de 2013, con 49 años, Talía cumplió su sueño de convertirse en madre. Pero la fase final no fue fácil: Tamara nació por cesárea en la semana 36, porque a Talía le detectaron placenta previa, lo que aumentaba las posibilidades de una hemorragia durante el parto poniéndola en riesgo a ella y a su hija. Tras nacer, Tamara pasó 15 días hospitalizada en Neonatología por inmadurez pulmonar, uno de los riesgos asociados a la maternidad en edades extremas. Ante el incierto panorama que rodeó el parto, ese mismo día Horacio Croxatto partió al Registro Civil a tomar una hora para casarse con Talía. “Quiero dejar protegida a la Tamarita”, les dijo a sus cercanos. El matrimonio fue al día siguiente en la sala de recuperación.

Tamara ya tiene dos años y esta tarde juega en la terraza con sus abuelos que pronto cumplirán 90 años y con su papá, de 79. Ninguno puede ayudarla a rescatar la pelota que va a parar debajo del sofá. Talía mira la escena de lejos y se ríe. Hasta el primer cumpleaños de Tamara, pensó en darle un hermano. Quería que tuviera un par de su edad. Descartó la idea cuando Horacio sufrió un accidente cerebrovascular que lo dejó con una pequeña secuela de orientación y de memoria reciente.

“Era uno de los riesgos. Él antes ya había tenido un infarto. Pero su papá –Héctor Croxatto, Premio Nacional de Ciencias en 1979– vivió perfecto hasta los 102 años y estaba excelente de cabeza. Yo pensé antes de embarazarme: ‘me puedo dar el lujo de tener a esta hija con un papá por un buen rato’”, cuenta Talía.

Sin embargo, reconoce que el accidente cerebrovascular de su marido fue un golpe fuerte. “Se me cayó un poquito el mundo. Sobre todo porque criar es muy demandante”. Luego observa a Tamara, a Horacio y a sus papás nonagenarios y entonces reflexiona con un dejo de humor: “Aquí tengo a mi club de la tercera edad y mi jardín infantil juntos. Creo que si mi hija eligió como alma vivir esta situación… se lo agradezco todos los días. Yo creo que ella es un alma bien bacán”.

LAS RAZONES DEL BABY BOOM

El auge de la maternidad sobre los 45 años es una tendencia no solo en Chile, sino que en muchos países desarrollados –o en vías de–, donde el aumento de la escolaridad femenina, junto con la inserción de las mujeres al mercado laboral, han llevado a retrasar la maternidad hasta edades extremas. En EE.UU., por ejemplo, según el Centro de Control de Enfermedades, en 2008 el número de mujeres que se convirtió en madre sobre los 45 años rozó los 8 mil, el doble que una década antes; 541 de esos casos eran mujeres mayores de 50; es decir, el porcentaje en ese tramo se disparó 375%.

En Chile, en tanto, mientras en las últimas dos décadas la tasa de natalidad ha caído 24% en mujeres entre 20 y 35 años, en mayores de 40 se ha dado a la inversa. Mientras en 1990 el Anuario Demográfico del INE registró que los recién nacidos de madres en ese rango fueron 5.773, en 2012 la cifra ascendió a 8.923. Y, aunque en número sigue siendo el segmento que menos aporta a la natalidad en Chile, en porcentaje es el que más ha crecido. De hecho, entre 2000 y 2010 las mujeres que tuvieron a su primer hijo sobre los 45 años aumentó 24%. Un verdadero baby boom.

Este nuevo escenario, explican los expertos, se debe a una serie de cambios sociales que coincidieron con la aparición, en Chile y el mundo, de nuevas tecnologías reproductivas.

Desde un punto de vista médico, dos son los dos principales avances médicos que han disparado la maternidad en mujeres entre 45 y 50 años. Por un lado, la posibilidad de congelar óvulos, tecnología que en Chile apareció en 1992. Si bien en un principio se implementó para que mujeres que debían someterse a tratamientos oncológicos guardaran sus óvulos antes de que sus ovarios fueran arrasados por el tratamiento, con el tiempo fue una opción cada vez más utilizada por mujeres que programaban retrasar su maternidad. De hecho, del total de óvulos criopreservados en el banco de la Clínica Monteblanco, hasta 2014, 19 mujeres lo habían hecho por razones oncológicas y 246, por edad. En 2015, asegura Ricardo Pommer, los números subieron, respectivamente, a 56 y 400.

El segundo fue la implementación en Chile, a principios de 2000, de la ovodonación: la posibilidad de adoptar una camada de óvulos de una donante anónima de entre 20 y 35 años.

“Y si bien esto en un principio se daba sobre todo en un segmento ABC1, intelectual, profesional, capaz de costear el valor de estos tratamientos, el perfil ha ido cambiando”, comenta Ricardo Pommer. “Creo que eso ha sido porque cambiaron los medios de difusión que tocaban este tema: primero salían en revistas muy intelectuales; ahora puedes ver el dato de dónde congelar óvulos en Vanity Fair. En Chile ha pasado lo mismo. Y por eso ahora ya no solo llega la mujer con un MBA o 10 años de posgrado. Empezó a llegar la mujer que tiene un título de técnico profesional o profesional y que trabaja en un cargo medio de una empresa. El abanico se abrió”, comenta.

Fuente: Revista Paula

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